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Conectadas ¿pero a qué costo?


Conectadas ¿pero a qué costo?: Reflexiones sobre el impacto de las redes sociales en la salud mental y la autodefinición de las jóvenes en la pandemia por COVID-19



Por Luz Elena González, Asistente de Proyectos @PIT Policy Lab, Miembro de la Comunidad MCODER.ai y Content Curator en Women in AI México


La aparición de nuevas variantes del virus que provoca el COVID-19 trajo consigo la prolongación de algunas medidas de restricción de movilidad y distanciamiento social físico. Para evitar sufrir los efectos biológicos, económicos y psico-sociales de la pandemia, pasamos más tiempo en nuestras casas y, como resultado, suplimos la interacción social en lugares de trabajo, ocio, recreación y encuentro físico con los canales digitales que tenemos a la mano; estos canales se promueven a sí mismos como las nuevas “plazas públicas”, donde las personas construyen y afirman sus identidades, conectan con otras y comparten información. A pesar de la infodemia, la desinformación y los riesgos de seguridad que enfrentamos al digitalizar momentos y espacios de nuestra vida, el mantenernos conectadas en medio de una pandemia global permitió que algunas de nosotras nos mantuviéramos socialmente cercanas sin estarlo físicamente, representó un canal crucial para promover estrategias y medidas para la prevención del contagio y también habilitó la continuidad de algunas actividades económicas.


Sin embargo, a más de un año de convivir con el virus y sus consecuencias sociales, es importante hacer una pausa para identificar el impacto del distanciamiento físico y su sustitución por el acercamiento social a través de los espacios digitales, en la salud mental de las personas, específicamente de personas adolescentes y jóvenes adultas. Personalmente, hago énfasis en este rango de edades por que no me parece fácil concebir la adolescencia con la necesidad de distanciarse físicamente de otras personas: Ese periodo de mi vida se caracterizó por la definición de mi identidad, a través de la autonomía y la exploración de experiencias diferentes a la propia en las vivencias de mis compañeras de clase y amigos. También, porque he visto cómo mi generación entra a los cambios de la adultez temprana, donde la definición de la identidad se expresa en la toma de decisiones, muchas veces marcando una diferencia frente a las de los grupos de los que formamos parte; así, nos desenvolvemos en las redes sociales recomendando, retuiteando, dando “Me Gusta” y curando contenido para que otras personas vean quiénes somos, de forma que nuestra identidad en línea se vuelve central a nosotras.


Hasta hoy, me he planteado tres preguntas que considero son importantes para abordar la salud mental de las personas adolescentes y jóvenes usuarias de redes sociales, y me da gusto saber que en cada una de ellas ya existen personas investigando y trabajando. Entender cómo vivimos esta coyuntura nos permitirá repensar nuestra relación con las redes sociales como espacios de afirmación de la identidad, así como proveer a más adolescentes y jóvenes con herramientas para tomar decisiones congruentes con su bienestar físico, mental y digital.


Primero, ¿cuáles han sido los efectos del distanciamiento social en el uso de redes sociales en personas adolescentes y jóvenes? Ya contamos con algunos indicios de respuestas, aunque, en tanto la pandemia cambie su curso, más preguntas saldrán a la luz. Un equipo de personas investigadoras del Centro para la Investigación y Tratamiento de la Salud Mental en el Universidad de Bochum en Alemania, y el Departamento de Ciencias de la Salud de la Universidad de Florencia, en Italia, estudiaron la relación del uso de redes sociales como fuente de información durante la pandemia con síntomas de estrés y angustia. El estudio contó con una muestra mayoritariamente joven que se identifican como mujeres, quienes afirmaron utilizar las redes sociales como principal medio informativo sobre la pandemia por COVID-19 en un 50% en Alemania y 60% en Italia. Dicho uso se asoció con síntomas de estrés, cosa que no sucedió para otros tipos de medios, como prensa impresa, televisión, o páginas de información gubernamental. Otro estudio, realizado en adolescentes de Bélgica, encontró que entre las emociones de ansiedad y soledad, esta última tenía mayor impacto en la percepción del bienestar emocional de las personas, pero quienes usan más las redes sociales durante el distanciamiento social por COVID-19 presentaban mayores síntomas de ansiedad, relacionado con el uso de estas plataformas como un mecanismo de adaptación ante la situación actual.


Por su parte, el Departamento de Psiquiatría y Ciencias del Comportamiento de la Facultad de Medicina y Ciencias de la Salud de la Universidad de los Emiratos Árabes realizó una investigación a 31 miembros de una misma familia, quienes se mantienen en contacto por grupos de Whatsapp al estar divididos entre cuatro continentes (Europa, Áfria, Norteamérica, el Pacífico y Medio Oriente). En comparación a los 3 años anteriores, los mensajes intercambiados por dicha familia se multiplicaron de formas distintivas: Los mensajes relacionados a humor, crecieron 8 veces; los mensajes sobre ciencia y medicina, 3 veces; aquellos sobre música y artes, 5 veces; mientras que los relacionados con deportes y política se mantuvieron igual. El artículo concluye que estos vínculos digitales y contenidos enviados han servido como respaldo social y emocional de dicha familia durante la pandemia. Aunque esta última investigación fue aplicada a un rango de edades más amplio que las personas adolescentes y jóvenes adultos, este ejercicio sienta las bases para realizar investigaciones futuras sobre la información que compartimos, curamos y consumimos las personas jóvenes en medio del distanciamiento social.


Luego, ¿qué riesgos en el desarrollo y la salud mental corremos las personas jóvenes al definir nuestra identidad a través del proceso de curar información y contenidos en redes sociales? Especialmente, me gustaría conocer cómo el modelo actual de las redes sociales, que incentiva la interacción con información que genera respuestas emocionales, puede afectar el desarrollo en personas jóvenes adultas que buscan reafirmar sus identidades; y qué dinámicas existen detrás de la curación de contenidos que reflejan las posturas de los grupos a los que deseamos pertenecer, generando cámaras de eco y polarización. El artículo “Comunidades del Internet: Identidad, Comunidad y Salud Mental”, publicado en 2013, sigue siendo vigente cuando describe las ontologías del internet y la creación de significado en la era de las redes sociales. El internet de los blogs y las páginas de memes cambia totalmente la forma en que experimentamos los lazos de comunidad con otras personas. El hipertexto mueve nuestros pensamientos fuera del contexto específico de los contenidos que consumimos hacia otros campos semánticos y pone sobre nosotros la difícil tarea de hacer sentido de la información que consumimos con aún menos guías que en el consumo de medios de comunicación e información anteriores, en un mar de ideas y posturas de las cuales constantemente tomamos elementos para construir la propia presencia en línea.


Más allá de eso, la interacción por medio de pantallas enfatiza el sentido de la vista para conocer, procesar, saber y participar; y, en consecuencia, afecta nuestra autodefinición digital como un proceso visual. El “FOMO” (Fear Of Missing Out o “Miedo de Quedarse Fuera”) es una sensación de miedo y ansiedad, relacionada con el uso de las redes sociales, que mucho tiene que ver con esta interacción digital-visual. Esta sensación de miedo promueve la constante creación y consumo de contenido para reafirmar la identidad en línea. El artículo “La relación contenciosa entre Instagram y la identidad de las personas adolescentes” ejemplifica este cambio en nuestro proceso de autodefinición, destacando dos aspectos importantes en beneficio y detrimento de nuestra salud mental. La presión por presentar una versión específica de nuestras vidas puede llevar a las personas jóvenes a crear perfiles falsos o alternativos a una cuenta principal, en las que se suban contenidos para un público más reducido de amistades y personas conocidas, pero que sean percibidos como inadecuados para el perfil visual que buscamos representar en línea. Esto puede llevarnos a dos caminos diferentes: Primero, puede facilitar el desarrollo de las personas jóvenes, en tanto que es una oportunidad para presentarse de formas diversas antes de decidir cuál les es más cómoda y beneficiosa, o puede exacerbar la necesidad de limitar los contenidos que pueden ver diferentes grupos de los que formamos parte, evitando la construcción holística de la identidad y generando mayor ansiedad ante la necesidad de recibir interacción en la forma de “Me Gusta”, comentarios y personas seguidoras.


Finalmente, ¿Qué herramientas necesitamos para mejorar nuestra relación con las redes sociales en los procesos de desarrollo de la identidad en adolescentes y personas jóvenes? Creo que, con base en las dos anteriores, esta pregunta es esencial para asumir a las personas adolescentes y jóvenes como verdaderas ciudadanas digitales. Para ello, se requerirá tomar una perspectiva centrada en las personas jóvenes, y por eso quiero dejar abierta una pregunta abierta para quienes me leen, que nos ayudará a desarrollar las herramientas necesarias a través de la inteligencia colectiva. Es muy probable que esta entrada de blog haya llegado a ti por redes sociales. Sin importar a qué te dedicas, en PIT queremos saber: ¿Cómo te imaginas unas redes sociales que procuren tu bienestar emocional y psicológico? Desde PIT Policy Lab promovemos los abordajes multidisciplinarios, que nos permitan conocer las diferentes dimensiones de la interacción de las personas con las tecnologías para informar y generar recomendaciones, traducibles en políticas públicas, que hagan posible la interacción en entornos digitales seguros, adecuados para el desarrollo y bienestar físico, mental y emocional de todas las personas.

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